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Abrazando la Luz en Tierras Desconocidas
Extracto del Audiolibro: "La fuerza del Espíritu: más allá del juicio" - Autor FCMB
Cada año, en el aniversario de aquel fatídico día en el que fui injustamente vinculado a un crimen que nunca cometí, mi nombre resurge en los medios de comunicación, impreso en titulares y difundido en redes sociales. Soy etiquetado como un monstruo, un cruel asesino, un xenófobo y racista, un ultraderechista, fascista y neonazi. Cada año, la misma historia se repite, recordándome el peso de una cruz que porto sobre mis hombros desde hace más de tres décadas.
Llevo años peregrinando este calvario con dignidad, enfrentando el juicio implacable de la sociedad con la esperanza de que mi experiencia pueda ofrecer fuerza y coraje a otras personas que, al igual que yo, enfrentan la estigmatización y el duro golpe que asesta contra la dignidad humana el severo e implacable juicio mediático.
Sé que los seres humanos tendemos a juzgar a otros desde una perspectiva dualista, alimentada por un falso orgullo, en definitiva un complejo que estamos llamados a superar y transformar, el sentimiento tanto de superioridad como de inferioridad. A menudo, este juicio se disfraza bajo la apariencia de causas nobles, como la búsqueda de una sociedad más igualitaria. Pero en realidad, es pura hipocresía.
A lo largo de los años, he aprendido que la verdadera igualdad y justicia social solo pueden lograrse cuando nos liberamos de nuestras percepciones erróneas y sesgadas para relacionamos sinceramente con los demás desde la empatía y la comprensión. Es hora de reconocer que el juicio implacable solo perpetúa el ciclo de estigmatización, división y discordia. Es momento ahora de abrazar la diversidad y la inclusión, reconociendo la dignidad inherente de cada ser humano, sin importar su pasado o su origen.
La carga de estigmatización que llevo soportando durante más de tres décadas ha dejado profundas cicatrices en mi familia, y ese es el dolor que más me hiere. Año tras año, deben soportar la burla, el desprecio, la discriminación y hasta las amenazas, simplemente por ser la familia de alguien etiquetado como un criminal racista, xenófobo, ultraderechista y neonazi. La injusticia de estas acusaciones infundadas y la necesidad constante de demostrar mi bondad y mi integridad han llegado a un punto insostenible.
Decidí dar un giro de 360 grados a mi vida y emigrar a otro país en busca de una nueva oportunidad para comenzar de nuevo. Pero incluso este cambio drástico fue motivado por un acto de malicia en mi lugar de trabajo. Después de ascender recientemente a director de recursos humanos, tras meses de arduo trabajo desde la venta a puerta fría en las calles hasta el liderazgo en el departamento de formación, alguien en la empresa decidió manchar mi reputación buscando información en línea que me vinculaba a un crimen racista. Documentales, películas, libros, artículos de opinión, noticias varias, publicaciones en blog y un largo etc.
Este acto malicioso dejó en claro que las falsas acusaciones y el estigma me seguirían a donde quiera que fuera, incluso en mi lugar de trabajo. La decisión de emigrar se convirtió en una necesidad imperiosa, no solo para procurar dejar atrás el peso de las acusaciones injustas, sino también para encontrar un entorno donde pudiera no ser juzgado, sino tratado con dignidad por mi persona, desde el momento presente, por mi carácter y mis acciones; y no por las mentiras, injurias y prejuicios de los demás.
El año 2008 fue un punto de inflexión en mi vida, no solo por la crisis que azotó al mundo entero, sino por un acontecimiento que marcó un antes y un después en mi camino profesional. La quiebra de la franquicia que regentaba como trabajador autónomo me obligó a buscar nuevas oportunidades, y así llegué a un pequeño grupo editorial que parecía ofrecerme un refugio en medio de la tormenta.
Sin embargo, la tranquilidad duró poco. Un día, el dueño de la editorial me llamó a su despacho con una seriedad que me heló la sangre. En su mesa, como un altar macabro, yacían fotocopias de noticias que hablaban de mí, tachándome de asesino ultraderechista.
Al parecer, una persona de la editorial, sin conocer muy bien el motivo y la razón que le empujaron a hacerlo, movida quizás por la malicia o la codicia, decidió buscar mi nombre en internet, recopilar todo tipo de noticias que hacían referencia a mi publicadas por diferentes medios de comunicación, preparar un improvisado "dossier oscuro" y depositarlo secretamente y a hurtadillas en el despacho del dueño de la editorial. Este, cuando lee todo aquello, decide llamarme en privado y me dice - "Felipe, alguien en esta empresa, o varias personas, no te "quieren bien". Estos papeles - refiriéndose a las fotocopias de todas las noticias que me tachaban de asesino ultraderechista - es lo que he encontrado encima de la mesa. Quiero que sepas que a mi no me importa tu pasado pero temo que estos rumores se propaguen rápidamente por la empresa, empañando la imagen de la compañía y puede que todo este ruido no nos beneficie, ni a ti ni a mi, ni a nadie.
Al poco tiempo fui despedido alegando diferentes excusas. Aunque éste señor, del cual decido obviar aquí su nombre, como podrás entender, pues además no viene para nada al caso, ni resulta relevante para lo que quiero compartir, decidió reunirse conmigo y contarme con sinceridad lo sucedido; prometiéndome, aparentemente preocupado y apenado, que no influiría mi pasado "público" en el desarrollo de mi trabajo en la empresa. Nada más lejos de la realidad, pronto fui señalado como un criminal, un racista, un xenófobo, etiquetas que nunca me pertenecieron. Para evitar los problemas que esto pudiera acarrear dentro del equipo de trabajo, la empresa decidió prescindir de mis servicios y tomar la decisión de despedirme.
Tras el zarpazo de la traición en la editorial, sentí como si me hundiera en un abismo de desesperación. La frustración me atenazaba y el dolor de la injusticia me amenazaba con consumirlo todo. Sin embargo, en medio de la oscuridad, una llama de determinación comenzó a arder dentro de mí. No me rendiría. No dejaría que la mentira triunfara.
Tomé las riendas de mi destino y me embarqué en un profundo viaje de reflexión. Cada día, discernía en profundidad y sopesaba cuidadosamente la idea de emprender el éxodo a otro país, de comenzar una nueva vida desde cero.
Durante años, he estado cargando con el peso de las falsas acusaciones. Cada día era una batalla para demostrar mi bondad, para convencer a los demás de que soy un ser humano como ellos, que mi vida es tan común como la de cualquier otro. He tenido que negar una y otra vez mi pertenencia a grupos terroristas, a ideologías extremistas que jamás he compartido.
Cansado de esta lucha constante, de vivir bajo la sombra de la sospecha, decidí dar un paso definitivo: abandonar España y emigrar a otro país. En mi corazón ardía la esperanza de encontrar una nueva oportunidad, un lugar donde comenzar de nuevo, donde pudiera ser tratado dignamente y en base a mi persona, a mis actos y no por las mentiras que me perseguían.
Con las "alforjas" llenas de determinación y la esperanza como única compañera, partí hacia una tierra desconocida. Llevaba conmigo un poco de dinero, apenas lo suficiente para sobrevivir unos meses mientras aprendía el idioma y me adaptaba a mi nueva realidad.
El camino no sería fácil. Sabía que me enfrentaría a desafíos, a la soledad y a la incertidumbre. Pero también tenía la certeza de que estaba tomando la decisión correcta. Era mi oportunidad de liberarme del pasado, de construir una nueva vida basada en la verdad, la dignidad y la esperanza.
En el corazón de un pequeño pueblo al norte de Francia, rodeado de vastos campos, me encontraba al borde del abismo. Tras meses concentrado por aprender el idioma y con los escasos recursos económicos menguando, la desolación amenazaba con consumirme. Las entrevistas con la asistenta social, aunque útiles, no habían logrado abrirme las puertas a un empleo que me permitiera subsistir.
Abatido por la incertidumbre y el desánimo, decidí salir de mi pequeño y viejo apartamento. Caminé sin rumbo fijo, sintiendo el peso de la soledad y la desesperación sobre mis hombros. Las campanas de la iglesia sonaron, convocando a la comunidad a la misa de la Cena del Señor. Atraído por el alma de la vieja Europa, entré en el templo.
Era Jueves Santo, y el ambiente estaba impregnado de una solemnidad especial. Fieles de todas las edades se preparaban para celebrar la Eucaristía. Una anciana feligresa me invitó amablemente a participar en el lavatorio de pies, una ceremonia que simboliza la humildad y el servicio.
A pesar de no comprender del todo el idioma, mi alma intuía la profundidad del significado de ese acto. Con el corazón apesadumbrado y la nostalgia por España latente en mi interior, me senté en uno de los bancos cercanos al altar.
Mientras el sacerdote lavaba mis pies, sentí una mezcla de miedo y esperanza. Miré hacia la puerta de la iglesia, por donde entraban rayos de luz que iluminaban el rostro del religioso. Al terminar el ritual, se inclinó ligeramente, besó mis pies y se puso de pie frente a mí. Sonrió con una naturalidad que me conmovió y me miró fijamente a los ojos. En su ojos claros de mirada serena percibí una profunda compasión.
En ese instante, una pregunta resonó en mi interior: "¿Señor, Dios nuestro, qué debo hacer?". Y la respuesta llegó con una claridad inesperada: "Querido hijo, busca y encuentra un lugar donde seguir sirviendo a los demás".
Ese encuentro en la iglesia francesa marcó un punto de inflexión en mi vida. La compasión del sacerdote y la voz interior que me guiaba me dieron la fuerza para seguir adelante. Comprendí que, a pesar de las dificultades, mi camino aún no había terminado.
Con renovada esperanza, me embarqué en la búsqueda de un nuevo propósito, un lugar donde pudiera poner mis habilidades y mi corazón al servicio de los demás. La luz que había encontrado en la oscuridad me iluminaba el camino anclándome al momento presente y hacia un futuro incierto, pero lleno de posibilidades.
Las semanas posteriores a mi encuentro en la iglesia transcurrieron con una mezcla de esperanza y desasosiego. La búsqueda de empleo no era fácil, y las barreras del idioma aumentaban la dificultad. Sin embargo, no perdí la fe. La luz que había encontrado en la oscuridad me impulsaba a seguir adelante.
Un día, navegando por mis redes sociales, un rayo de esperanza cruzó mi camino. Encuentro a alguien que está dispuesto a ayudarme. Le grabé un video corto, donde le compartía mi situación actual, mis deseos de comenzar una nueva vida en este país que me había acogido y mi disposición a trabajar en lo que fuera necesario.
Conmovido por mi situación, esta persona me consiguió una entrevista con uno de sus colaboradores en una gran multinacional americana del sector del entretenimiento. El corazón me latía con fuerza mientras emprendía el viaje hacia el norte de París. La entrevista, aunque desafiante por mi limitado dominio del idioma, transcurrió de manera favorable.
Para mi sorpresa y alegría, esa gran empresa, líder en su sector, me ofreció un puesto de trabajo como camarero en uno de sus imponentes hoteles, en el restaurante buffet. No podía creerlo. La oportunidad que tanto anhelaba estaba finalmente a mi alcance.
Acepté el trabajo con entusiasmo y gratitud. Era un nuevo comienzo, una oportunidad para rehacer mi vida y construir un futuro mejor. Cada día, mientras servía a los clientes en el restaurante, sentía una profunda satisfacción. No solo había encontrado un empleo, sino que también había encontrado un lugar donde podía integrarme a la sociedad francesa y contribuir con mi trabajo.
Una de las condiciones del trabajo era un tanto peculiar: debía vestirme de "cowboy" y aprender el idioma francés a un ritmo acelerado. ¿Qué paradoja, verdad?, teniendo en cuenta el estigma que me perseguía. Era un contrato temporal de solo cuatro meses, pero con la esperanza de que, si todo iba bien, me lo renovarían. Y así fue.
Los cuatro meses pasaron en un abrir y cerrar de ojos, y mi contrato se convirtió en indefinido. Más adelante, volveré a esos días en los que fui un "cowboy" sirviendo mesas en el restaurante buffet, y a las valiosas lecciones que esa experiencia me brindó. También hablaré de cómo la sombra de la estigmatización y el rechazo volvió a ceñirse sobre mí.
Sin embargo, en este momento, quiero enfocarme en la transformación que viví durante esos primeros meses. Aprendí el arte de comunicarme desde el corazón con mis compañeros, a ser humilde y dejarme enseñar por todos, incluso por aquellos que no tenían mucho conocimiento. Me convertí en el último de la fila, dispuesto a aprender y a servir con una sonrisa.
No fue fácil. Las barreras del idioma y las miradas de sospecha me hacían sentir incómodo e inseguro. Pero poco a poco, la confianza con mis compañeros de trabajo iba aumentando y, sobre todo, con los clientes, en su gran mayoría familias con niños. Pude ser consciente que la amabilidad y la disposición a ayudar eran un lenguaje universal que trascendía las palabras.
Con cada sonrisa, con cada gesto amable, sentía como una parte del dolor y la injusticia que me habían marcado se desvanecían poco a poco. Comencé a sentirme nuevamente parte de un equipo, a pertenecer a un lugar donde me valoraban por lo que era, no por las mentiras que me perseguían.
A los pocos meses, aunque aún no sospechaba todo lo que vendría sobre mí como consecuencia de este ascenso, fui propuesto por el director de recursos humanos para un puesto como responsable de selección de personal en el departamento de casting, me proponía la gestión de la búsqueda y contratación de talento en el "mercado laboral español". Sentí una enorme alegría por la misión, pues podría contribuir con mi granito de arena a ofrecer una oportunidad de empleo a otras personas, sabiendo que en aquellos momentos la tasa de desempleo en España era altísima. Pasé varias entrevistas de trabajo para el puesto en cuestión, muchas de ellas encubiertas y en entornos fuera del ámbito de la empresa, aunque de esto no fuera al principio muy consciente. Finalmente, realicé tres entrevistas oficiales: una con el manager y una directora de departamento, otra con recursos humanos y otra con el director de casting. Fui elegido para el puesto y me incorporé lleno de alegría a mi nueva aventura profesional.
No podía creerlo; mi sueño de empezar una nueva vida, desde cero, sin estigmas, parecía que se hacía realidad. Mi alegría no perduró mucho. El primer día de mi incorporación, me presentaron al equipo y tuve que hablar delante de más de veinticinco personas de diez nacionalidades diferentes, con mi nivel de idioma francés que aún era muy de principiante. Puse toda mi ilusión en aquella presentación, pero rápidamente pude constatar por las miradas de varios de mis "nuevos compañeros", así como por el lenguaje corporal no verbal del que hacían gala, que no iba a ser muy bien recibido.
Después de haberme sido asignado un modesto despacho en un edificio adyacente al departamento principal, me sumergí en la tarea de limpiarlo a fondo, lleno de esperanza y emoción por empezar de nuevo. Pero mi optimismo fue sacudido por un giro inesperado: la solicitud de elegir el nombre que figuraría en la placa de identificación de mi puerta.
Con la esperanza de preservar mi anonimato y evitar futuras indagaciones sobre mi pasado, opté por utilizar solo mi primer nombre, Felipe, y mi primer apellido, Martín, como además es lo usual en Francia, donde no existe el segundo apellido. Sin embargo, mi intento de mantener dicho anonimato fue efímero.
Al día siguiente, me encontré trasladado a un despacho aún más pequeño, esta vez en el interior del edificio, junto al resto de despachos que ocupaban mis colegas. A pesar de mi desconcierto, decidí abrazar la situación y volví a limpiar y organizar mi nuevo espacio con renovada determinación.
Pero mi optimismo se vio nuevamente desafiado cuando, al día siguiente, fui reubicado una vez más, esta vez a un despacho aislado frente al comedor, que antes había pertenecido a una colega que había dejado el departamento.
Fue entonces cuando comencé a percibir cierta hostilidad en el tono de mis colegas y en las preguntas sobre mi habilidad lingüística. A pesar de mis esfuerzos por integrarme y aprender el idioma, el desdén y la desconfianza persistieron.
En medio de la animadversión y la incertidumbre, me di cuenta de que mi intento de mantener un "perfil bajo" que favoreciera mi anonimato había fracasado. La sombra de mi pasado y la estigmatización que lo acompañaba se cernían sobre mí una vez más, recordándome que el camino hacia la aceptación y la igualdad era más largo y difícil de lo que había imaginado.
Decidí dedicar tiempo nuevamente a limpiar el despacho, con la esperanza de que esta vez sería diferente. Pero antes de terminar, recibí la noticia de que sería trasladado una vez más, esta vez a un espacio aún más reducido, justo al lado de la puerta principal, que al abrirse golpeaba con fuerza contra la mía. Una sensación de inquietud comenzó a apoderarse de mí, sugiriéndome que algo no iba bien.
Fui convocado por el manager para dirigirme al departamento de comunicación interna, donde se me entregaría la placa de identificación para la puerta del despacho. Al llegar, recibí un sobre que contenía dicha placa. Mi sorpresa fue mayúscula al descubrir que, en lugar de utilizar el nombre que había indicado, habían incluido mi nombre completo, Felipe Carlos, y mis dos apellidos, Martín Bravo. Además, mi dirección de correo electrónico corporativo se configuró de la misma manera, felipecarlosmartinbravo@nombredelaempresa.com
Sentí como si una ola de hielo me recorriera el cuerpo. Mi intento por mantener el anonimato, por evitar que las sombras del pasado me alcanzaran nuevamente, había sido completamente ignorado. Mi nombre completo, junto a mis apellidos, se exponía al mundo, como una marca indeleble de mi pasado, una etiqueta que me definía sin mi consentimiento.
La frustración y la impotencia me invadieron. Me sentí como si estuviera atrapado en una pesadilla sin fin, donde no tenía control sobre mi propia identidad. Las promesas de un nuevo comienzo, de una vida libre de estigmas, se desvanecían ante mis ojos.
En ese momento, las lágrimas brotaron de mis ojos sin control. La injusticia me atenazaba el corazón, la sensación de impotencia me ahogaba. ¿Por qué me negaban el derecho a empezar de nuevo? ¿Por qué me obligaban a cargar con el peso de un pasado que no podía cambiar?
Una nueva ola de temor me envolvió, anticipando lo que vendría a continuación. Ahora tendría que enfrentarme nuevamente al juicio implacable de mis colegas, demostrando una vez más mi valía y mi compromiso, mientras luchaba contra la percepción errónea de ser una persona racista o xenófoba.
Pronto, los desplantes y las falsas acusaciones comenzaron a surgir con más asiduidad, recordándome que esta historia se repetía una vez más. Era el momento de aceptar que esta cruz nunca sería quitada de mis hombros, y que tendría que seguir adelante con dignidad, enfrentando los desafíos con coraje y determinación.
Ahora con el paso del tiempo, he comprendido cuanto sufrimiento portaban varios miembros de este departamento y como habían caído presas en las redes de la mentira, la calumnia, el odio y la revancha. Sólo albergo en mi corazón compasión y perdón por todas y cada una de aquellas personas. Además de un profundo agradecimiento hacia todas los compañeros que se esforzaron por intentar comprender mi "misión en la empresa" y colaborar en ayudarme en todo lo que les fue posible, a pesar de las dificultades que por este motivo encontraron a posteriori.
Aunque mi cruz, como la de tantas otras personas discriminadas, pueda parecer insuperable, sé que mi experiencia personal puede servir como un faro de esperanza para aquellos que lidian cada día con la injusticia, la mentira, las falsas acusaciones y la estigmatización.
Como estoy compartiendo contigo a lo largo de cada capítulo de este audiolibro, me gustaría que esto pudiera servir como recordatorio de que, incluso en medio de la adversidad más oscura, siempre hay luz y esperanza en la búsqueda de un mundo más justo y compasivo.
Yo seré tu FORTALEZA. Nada temas
AMAR POR LOS QUE NO LE AMAN
Corazón de Jesús, manantial inagotable de gracia, amor y paz. Corazón del que nació la Iglesia, gracias por recibirme en ella en el bautismo. Gracias por mostrarme en ella el rostro de tu Padre. Gracias por enviarnos tu Espíritu Santo que nos congrega y construye. Gracias por continuar ofrendándose diariamente en la Eucaristía que une y alimenta.
Yo me entrego y consagro a ti por el Corazón Inmaculado de María. Quiero vivir a plenitud mis promesas bautismales. Adéntrame Señor Jesús, en tu Corazón. Cámbiame este corazón de piedra. Que sea semejante al tuyo para que no viva ya más en mi voluntad, sino, como Tú, la del Padre para que venga a nosotros tu reino de justicia, de amor y de paz. AMÉN
TRABAJO DIGNO Y QUE VUELVA SONREÍR LA GENTE
Acoge, abraza, cuida, acompaña y lucha sin tregua
que a nadie falte trabajo, ni techo ni tierra.
Si lo tienes porque lo tienes, si no lo tienes porque lo quieres.
Si cada vez es más indecente y si es precario nadie, nadie lo merece.
Y si no “vales” te quieren descartar de un sistema que va robando la dignidad.
Trato, trabajo y sueldo digno para poder disfrutar
del sueño que Dios tiene para toda, toda la humanidad.
Para el de aquí o la de afuera, todas y todos somos clase obrera.
TRABAJO DIGNO PARA UNA SOCIEDAD DECENTE
TRABAJO DIGNO Y QUE VUELVA SONREÍR LA GENTE
No, no puede ser normal que haya tantos, tantas, con tanta precariedad.
Miremos bien lo que haya cambiar así lo injusto podremos desechar.
Si hay quien explota y maltrata solo se cambia poniéndole solidaridad.
No, por más que insistan, no hay nadie de usar y tirar.
Sí hay otra manera, otro modo de ser, vivir y trabajar.
Necesitamos este mundo humanizar junto a quien quiera para poderlo transformar.
TRABAJO DIGNO PARA UNA SOCIEDAD DECENTE
TRABAJO DIGNO Y QUE VUELVA SONREÍR LA GENTE
Estable y con derechos. Digno, que de techo. Que sea igualitario y nos haga solidarios.
Que integre a quien no pueda. Que aleje la miseria, defendiendo la justicia,
desterrando la pobreza. Por eso cantamos…